En aquel
instante, cuando pasaron por la puerta
principal, el embajador se quiso hacer el valiente para que sus hijas no
sospecharan. Su familia estaba compuesta por sus dos hijas, Ana y Andrea, y su
mujer Alba que era cantante y actriz. Calló la noche y en el cuarto de las
niñas se empezó a abrir la puerta, que un segundo antes había estado cerrada. Las
niñas se levantaron y se dieron la mano. De repente sintieron un cosquilleo en
la nuca. Las dos se giraron. Ana
vio que no se trataba del típico fantasma
temible y aterrador, si no de un apuesto
caballero que parecía haber salido de una película de princesas. Andrea le dijo a su hermana que había intentado decírselo muchas veces, pero que ella nunca la había escuchado. En aquel mismo instante, Ana le dijo qué era
aquello tan importante que tenía que decirle. Andrea no se ando con rodeos y le
dijo: - Veo a gente que no está viva. Ellos
solo quieren que les ayudemos, no tienes que asustarte. El abuelo también los
ve. Lo supe en cuanto le vi hablando con la abuela, que por cierto, dice que
está genial ahí arriba y que nos quiere mucho. Y ahora que te he contado esto, quiero que sepas otra cosa; mamá y papa están muertos y nosotras también,
por eso a papa no le dio miedo lo del
fantasma. Su hermana le preguntó ¿y tú cómo lo sabes? Entonces Andrea dijo - el que nos vendió la
casa nos mató, luego se inventó la
historia de su tía y por eso el vendedor le miro con esa cara como si ya le
conociera de algo… Los espíritus, son buenos.
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